jueves, 12 de julio de 2012

Economía y consenso




 


 Este es el momento para que un país deje su tradicional ignorancia sobre la economía, para que abandone sus instintos organicistas y nos centremos los que tenemos voz en llamar a la gente a la reflexión económica seria.  Necesitamos hablar de política económica. Necesitamos hablar del análisis micro de los comportamientos de los políticos.  Hay que enterarse que este es un gobierno con mayoría absoluta.  Me parece que es importante saber que hay mucha reflexión que se ha hecho en el mundo sobre esto ¿Qué quieren los políticos? Es importante que sepamos que nuestros políticos no quieren resolver esta crisis. Les gustaría que se resolviera, pero no es el objetivo número uno. El objetivo es mantenerse en el poder.  Lo que hay que abandonar es una viejísima idea que viene de finales del siglo XIX y que se debe a un sociólogo que se llamaba Max Weber que venía a decir que los políticos se portaban de acuerdo a un espíritu de cuerpo. Yo estoy aquí y hago el bien de mis administrados porque yo pertenezco a esto. Nada parecido a esto. No digo que esto no exista, pero fundamentalmente lo que los políticos quieren es permanecer en la estructura del poder ¿Qué les interesaba a la gente que se sentaba hoy en el Consejo de Política Fiscal y Financiera? ¿Les interesaba acabar con la catástrofe económica llevada a cabo en distintas Comunidades Autónomas? Ni mucho menos.  Hay algo a lo que muchas veces se hace mención que a mí me pone especialmente nervioso: el consenso.  Es una vez más la vuelta al consenso.  La política de consenso se da en Europa como método fundamental a partir de la II Guerra Mundial porque hay dos posiciones coincidentes: nunca llevar las cosas al extremo. La extrema derecha es derrotada en las Playas de Normandía y como sabemos se le sienta en Núremberg, los comunistas aprenden que es la socialdemocracia moderada… no es el caso español.  En los últimos 8 años hemos tenido una izquierda asilvestrada. Crean un modelo que dice: “Yo aceptaré cualquier cosa que venga de un Parlamento nacionalista”. Esto le da la vuelta a La Constitución de una manera nefanda para hacer realmente un cambio constitucional que legitima la casi independencia de una comunidad autónoma que luego otras siguen.  Meten además a un grupo terrorista en el Parlamento. Esa es la línea que ha seguido la izquierda ¿A qué consenso se puede llegar con gente que tiene esa herencia reciente?  El punto de partida es el paso final de 8 años de crecimiento del gasto público al 8,2% por año, que es único en Europa. Es a partir de ese pico que no tiene precedentes en la Historia -habría que remontarse al siglo XVI para ver lo que hacía Felipe II y Felipe III-  y hay que decirlo. Ha sido una bancarrota no solo institucional y política, también económica sin precedentes. A partir de eso ¿Qué otra solución cabe? Es que no cabe ninguna. Además -vamos a decirlo todo- el incremento del gasto público siempre introduce distorsiones, siempre es malo. Eso se hace con el consenso de un electorado que aplaude la expansión del gasto público ¿Qué otra cosa se le puede decir a este electorado? Señores, el gasto público tiene que ser embridado en su dimensión autonómica y central a niveles civilizados.  Este discurso de que todo el mundo sabe lo que hay que hacer, es un discurso que se queda a medias. Puede que lo sepa todo el mundo, pero que toda esa gente esté dispuesta a colaborar en un proyecto de reducción del tamaño y las funciones del Estado, no es verdad.  Por tanto esto de buscar el consenso con gente que dice que sabe lo que hay que hacer, pero que no quiere hacerlo, no me parece oportuno.  Hay que estar muy obnubilado por un proyecto nacionalista idiotizante para no darse cuenta de esto, y en algunas comunidades autónomas eso se da. En general, la gente sabe lo que hay que hacer pero no quiere hacerlo. Además en el Consejo Fiscal y Financiero van y votan que no, incluso aunque sea gente del propio partido que gobierna.  Esto es un problema de determinación, de decir: yo hago esto porque tengo los votos necesarios, la legitimidad necesaria y si me quemo políticamente en el proceso de hacerlo lo hago, pero hay que llevarlo a cabo.  Hay que hablar de los servicios públicos. En este país tenemos que decirnos mirándonos al espejo, despacito y aceptarlo que nos vamos a empobrecer. La salida de esta crisis es así.  Por tanto, los servicios públicos también tienen que ponerse en cuestión. Por descontado las televisiones autonómicas, las embajadas y todo eso que nos horroriza a tantos. Pero también la sanidad, la educación… y si la queremos de la calidad que la tenemos, tendremos que pagar, hacer copagos.  Mientras no podamos decir eso, mientras ese tabú no caiga, malamente podremos recortar todo lo que tenemos que recortar.

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