Tenemos algunas lecciones que aprender los liberales de esta crisis económica. Hay que decir en primer término que la crisis ha sido menos dañina en algún aspecto para las ideas liberales de lo que podíamos haber concebido a primera vista. Las crisis como las guerras, son letales para la libertad, son llamaradas hobbesianas. Todo el mundo acude corriendo al Estado, todo el mundo está predispuesto a echarle la culpa a la libertad de todos los males y poco predispuesto a pensar que los gobiernos y las autoridades son los responsables de lo que nos está pasando. Ahora ya nadie quiere cambiar el capitalismo, todo el mundo quiere salvarlo, todo el mundo quiere mejorarlo, nadie quiere volver a un sistema socialista. La mala noticia es que el mensaje liberal no acaba de calar y no termina de calar en ninguna parte ¿Por qué ocurre esto en mi opinión? Las ideas liberales son muy difíciles de vender porque todavía seguimos aferrados a la idea de que la política es la protagonista de los cambios sociales. Y además el liberalismo no es de sentido común. El socialismo es de sentido común. El socialismo invita a cosas que son razonables, que son visibles, que son tangibles. En cambio el liberalismo tiene poco de sentido común. El liberalismo tiene mucho de modestia, de aceptar cosas que no se ven. Todas las metáforas en economía son falsas, incluida la metáfora de la mano invisible de Adam Smith, porque sugiere que hay alguien que maneja la economía. La idea de mano es manejar o manipular. Lo más importante de la metáfora no es el sustantivo, sino el adjetivo. Es que es invisible y si es invisible no fastidie usted. Sea usted modesto a la hora de aceptar las cosas que usted puede o no puede hacer. Por eso por cierto, el tan poco valorado Bastiat superó a Adam Smith en este asunto. Se olvidó de la mano, habló de lo que se ve y lo que no se ve. Pero el sentido común es como digo socialista. La explicación liberal de decir por ejemplo que un país es pobre porque tiene un marco institucional que no garantiza la propiedad privada y la seguridad jurídica y las inversiones, en la mitad de esa explicación se te ha ido la mitad de la gente con el socialista que dice que hay que ayudar a esos países, que hay que poner un impuesto y darles dinero. Una vez un eurodiputado dijo que se podían arreglar muchas cosas en Europa si solamente el Estado nos quitara el dinero equivalente a un café por día. Y decía: ¡Pero que es un café hombre! Y ese es el sentido común. El sentido común va en contra de las ideas liberales que son más modestas, aceptar cosas que no entendemos, que no vemos, que no son racionales. Lo fundamental es que el liberalismo resulta inaceptable por su pasividad, su modestia su cautela. Además al liberalismo se le achaca un hándicap ético. El liberalismo está asociado con vicios: el egoísmo, el consumismo… y esto es difícil de contrarrestar, porque los defectos empíricos de la intervención política son apreciables, con lo cual su lógica es debatible desde ángulos liberales. Hay gente que percibe que toda esta humareda progresista es costosa en términos de impuestos y humillante en términos de un control creciente sobre la vida de los ciudadanos. Hay personas, muchos de ellos socialistas, que han observado desde hace tiempo que el mercado es más eficiente que el Estado, pocos hoy defienden el comunismo como vía óptima para lograr la prosperidad de los pueblos. Sin embargo, la prima ética del socialismo persiste. Günter Grass se avergüenza de haber sido nazi. No muchos se avergüenzan del comunismo o el socialismo real, el sistema más criminal que jamás haya sido perpetrado contra los pueblos de este planeta. Sigue estando presente como digo esta idea de que en principio si uno no es liberal, uno tiene una prima ética. Se supone que si uno es socialista, es decir, intervencionista, uno es una buena persona, partidaria de los desfavorecidos y de la paz universal. No hay nada que valide semejante patraña, pero sigue adelante. También este discurso ha sido integrado por sus supuestos adversarios. Por ejemplo en EEUU los Republicanos acuñaron la increíble consigna del “Conservadurismo compasivo”. A un socialista jamás se le ocurriría adjetivar así su doctrina, él sabe que es compasiva, generosa, justa y solidaria. Igual que sabe que el capitalismo es “salvaje” pero el socialismo no, o que la gente está “abandonada en el mercado” pero no en el Estado. O que el prefijo ultra se ajusta al liberalismo pero nunca al socialismo. Los no socialistas en cambio, tienen que justificarse. El liberalismo vivaquea extramuros de las opciones políticas, que sólo lo integran en dosis análogas e instrumentales. “El mercado es bueno para producir, pero después tiene que venir el Estado para distribuir” y demás lemas intervencionistas al uso suelen escucharse con mucha frecuencia. No se plantea una defensa popular sin concesiones de la libertad, con lo que muchos posibles amigos de esta causa perdida hunden la cerviz ante las confortables alternativas del centrismo, que en todas las atalayas desde las cuales se pretende seducir al electorado, propician combinaciones variables de los dos elementos que hace siglo y medio el gran Bastiat, liberal resistente, proclamó que no se pueden combinar: la libertad y la coacción.
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